Los Hechos, 02 de Julio 1986, 36 Años atrás

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LOS HECHOS, 02 DE JULIO 1986,

36 AÑOS ATRÁS

Ese día miércoles, como ya era mi costumbre, me aprestaba a salir desde mi hogar a eso de las 05:30 de la mañana en dirección a Santa Rosa 900, comuna de Santiago, ubicación del Regimiento Nº10 “Libertadores”.

Antes de partir, hice una breve pausa sólo para observar dormidos a mi esposa y a mi hijo Julio Gonzalo de 5 años, los que dormían tranquilos y seguros en esa fría mañana de invierno y sólo me bastó contemplarlos en silencio, acompañado de una breve oración para reforzar mi alma y fortaleza espiritual y física.

Me sentía tranquilo de tener la certeza que mi familia estuviera reunida, segura y en paz, en especial para enfrentar una jornada laboral cargada de desafíos, inquietudes e incertidumbres, atendido a que los días previos se observó una fuerte propaganda comunicacional, panfletaria, radial y televisiva, incentivando a la sublevación e insurrección popular en todas las áreas del gran Santiago.

En lo personal, pese a mi grado muy subalterno, me sentía ser parte del deber cumplir y servir a Chile dentro del marco constitucional y legal, gubernamental e institucional, poseer los valores éticos, morales y cristianos que sostenían y avalaban mi convicción más absoluta de abrazar una causa justa que cooperara a la seguridad, desarrollo, la libertad y el bien común de la gran mayoría de la sociedad chilena.

En ese día, estaba vigente el Decreto Supremo N° 684 publicado el 12 de Junio de 1986, el cual declaró el Estado de Excepción Constitucional denominado “Estado de Emergencia” en la Región Metropolitana, el que facultaba la actuación de las Fuerzas Armadas para velar por el orden y seguridad pública.

Mientras transitaba en mi vehículo, me daba vuelta en mi cabeza la tarea que me fue entregada el día anterior por el mando del regimiento para esos complejos días, la cual pese a los 36 años que han pasado aún retengo con claridad: asesorar al mando del regimiento desde la zona de responsabilidad mediante la observación e informe de la situación de seguridad de las patrullas militares y eventual asistencia a ellas en caso que presentaran alguna dificultad en el cometido de sus tareas de prevenir o anticipar acciones que comprometieran la seguridad e integridad física de las personas, mantener despejadas las vías de la locomoción colectiva y proteger los bienes de uso público de importancia para la seguridad de Santiago.

Se veía una misión simple, aunque amplia y plena de instrucciones de seguridad y coordinaciones, en especial recomendaciones de no vulnerar la propia seguridad e integridad personal ante situaciones de alto riesgo que pudiera enfrentar junto a las dos personas que me acompañaban esa mañana e intentar mantener el contacto telefónico con la unidad.

Remarco esto último ya que el teléfono público fue el único medio de comunicación eficiente con los mandos del regimiento, la radio o walkie talkie que portaba sólo funcionaba a cortas distancias, sin perjuicio de presentar múltiples problemas de interferencias y pérdidas de comunicación. En consecuencia, vital en mi tarea fue prever antes de salir, portar una numerosa cantidad de monedas.

Ese día, junto al Cabo Jorge Astorga y Cabo Luis Zúñiga, vestimos de civil y sin la cara pintada de negro como el resto del personal militar. El rol o tarea que cumplía como asesor de seguridad hacia mando del regimiento como indiqué y de acuerdo a las órdenes que me impartieron, me obligaron a estar a cara descubierta y sin uniforme, más que nada por una medida de seguridad personal, debido a que se esperaba una jornada con eventuales atentados y disturbios y nuestra misión especifica era dar apoyo a las patrullas respecto a las disposiciones del decreto de estado de excepción. Es importante señalar que el Ejército no tenía como misión el control de seguridad pública, por tal razón las patrullas militares debían ser asesoradas respecto a cuáles eran sus facultades frente a eventuales episodios de desórdenes en el transcurso del día, toda vez que tales unidades no tenían la instrucción de seguridad pública y menos el equipamiento policial adecuado, como si lo posee Carabineros de Chile y Policía de Investigaciones.

Aún oscuro llegué a mi unidad, apreciando gran movimiento de efectivos y vehículos saliendo del cuartel y dirigirse a sus respectivas zonas de responsabilidad.

Llegué a mi oficina y me encuentro con el Cabo Juan Zúñiga, quién me acompañaría ese día. Éste como siempre me saludó con su especial sonrisa y muy buen ánimo, rasgos que lo caracterizaban como una persona extrovertida, muy alegre y excelente disposición.

Junto a él aparece el Cabo Astorga, especialista en criptología, el cual, a diferencia del Cabo Zúñiga, tenía un carácter más introvertido y muy discreto. También me saluda, aunque más formalmente y aprecio que se queda a mi lado. Pasado un par de minutos me dice “permiso mi teniente, quiero solicitarle si es posible que hoy lo pueda acompañar en el patrullaje previsto”. Le dije de inmediato que no, que sólo me acompañaría el Cabo Luis Zúñiga, tal cual estaba previsto. Le indiqué que por razones de su especialidad como criptólogo, sería más útil su presencia en la oficina ese día. Me insistió y agregó “no he salido nunca a patrullajes y me motivaba mucho profesionalmente la idea de acompañarlo, junto con conocer de primera fuente, cómo se darán las cosas de verdad allá afuera.  

Finalmente, accedí favorablemente a su petición y le agregué, “abrígate bien que hoy será un día muy helado y uno nunca sabe”.

PRIMER MOMENTO

Siendo las 07:10 horas aproximadamente, salí desde la unidad junto a los Cabos ya aludidos, todos vistiendo de civil, a bordo de la camioneta Chevrolet C-10 de cabina simple y color blanca, portando una radio portátil y una bolsa de monedas. Nuestra tarea esa mañana consistió en transitar de manera normal y discreta y en forma aleatoria a través de nuestra zona de responsabilidad, fijando la atención al resguardo militar en las estaciones del metro y observando las patrullas de protección a la libre y segura circulación de personas y vehículos en las avenidas principales.

En tales circunstancias, y cerca de las 07:30 de la mañana, mientras conducía por el interior de la comuna de Quinta Normal, donde ya se apreciaban cortes de tránsito, algunas barricadas en cruces de calles y presencia de manifestantes, recibí un llamado radial del teniente Pedro Fernández, comandante de una patrulla integrada por un sargento y 4 soldados, solicitando apoyo y asesoría por tener detenidos a su cargo en la calle Yungue. Pensé en mi interior, “partieron los problemas y hay que enfrentarlos con tranquilidad, prudencia y oficio”. No dudé en acudir, el llamado fue claro y esa patrulla de verdad estaba ante un problema y por tanto debía llegar cuanto antes a prestar la asesoría requerida, pese a que el oficial que la demandaba, tenía mayor graduación que la mía y por tanto un superior. Me alegré aunque con sorpresa que aquella mañana la radio funcionó para poder acudir al llamado de mi teniente Fernández, toda vez que es sabido que en aquella época nuestros recursos eran limitados y fue casi milagroso que la radio funcionara.  

Yo no era un experto en la ubicación y denominación de las avenidas de la zona de responsabilidad, sin embargo andábamos con una guía de teléfonos del gran Santiago, la cual nos facilitaba a buscar e identificar el nombre de calles y pasajes. Con la ayuda de Zúñiga y Astorga, ubicamos el pasaje Hernán Yungue, situado en la Población Los Nogales junto a la Avenida General Velásquez. Tomamos la avenida aludida en dirección sur, sin embargo recuerdo debimos sortear una gran barricada desplegada en esa avenida en las cercanías de la Villa Portales, contigua a la Alameda, circunstancia que nos hizo demorar más de veinte minutos en retomar Velázquez al sur y llegar al pasaje Yungue.

La tarea que cumplía dicha patrulla al mando del teniente Pedro Fernández fue la de mantener despejadas las principales avenidas del sector poniente de Santiago (Comunas de Estación Central, Cerro Navia, Lo Prado, Pudahuel y Quinta Normal) y asegurar el libre y seguro tránsito de personas y vehículos de la locomoción colectiva y particulares en las citadas arterias.

Nos tomó treinta minutos llegar al lugar, es decir a las 08:00 horas.

En relación a los detalles de la detección de dos civiles por parte de la patrulla al mando del teniente Fernández, por estar cometiendo un delito infraganti, su reducción física y posterior detención de ellos no me pronunciaré debido a que no nos encontrábamos físicamente en el lugar.

SEGUNDO MOMENTO

Estimo que como a las 08:00 horas ingresé en mi camioneta muy lentamente en la calle que se llamaba Hernán Yungue en dirección al poniente, advirtiendo que ésta tenía una longitud de no más de cien metros y conectaba a topar con otra calle denominada Fernando Yungue. Casi en el centro de la cuadra observé otra camioneta C-10 de cabina simple y color celeste estacionada en dirección al oriente, la que correspondía a una patrulla al mando del teniente Pedro Fernández e integrada por un Cabo y cuatro soldados conscriptos, los cuales vestían uniforme reglamentario del Ejército de Chile con parkas, portando armamento fiscal (fusil Sig y escopeta anti disturbios), cada uno con cubre cabeza y con la cara pintada de negro, todos ellos desplegados en la cuadra.

Sobrepasé la camioneta celeste, advirtiendo que a pocos metros de ella había dos personas jóvenes, una mujer arriba de la vereda sur de pie y apoyada de cara a una muralla y junto a ella, tendido en la misma vereda un hombre. Cerca de ellos, observé dos botellas que más tarde me enteré correspondían a bombas incendiarias de contacto (BIC), un bidón con líquido medio transparente hasta la mitad y neumáticos apoyados sobre la muralla. Procedí a estacionar mi camioneta en forma oblicua a la calzada y casi de frente a un poste de luz y junto al Cabo Zúñiga nos bajamos.

En simultáneo, con sorpresa advierto que llega al lugar una un camión marca Hino color azul con una patrulla militar a al mando del teniente Figueroa e integrada por 2 cabos y más de diez conscriptos, todos ellos vistiendo uniforme reglamentario del Ejército de Chile, portando armamento fiscal, cubre cabeza y con la cara pintada de negro. Su dependencia de mando recaía directamente en el teniente Fernández, pudiendo sólo inferir por esa razón, la concurrencia de tal patrulla en el lugar.

Una vez detenido el camión, sus ocupantes se bajan y se despliegan a lo largo y ancho de la calle.

El teniente Fernández se acercó hacia mi camioneta caminando, yo también me acerqué a él, quedando a una distancia de alrededor de más de 15 metros del lugar  donde se encontraban ambos detenidos. En forma muy breve me compartió que su patrulla sorprendió infraganti a un grupo numeroso y organizado de personas portando bombas incendiarias de contacto (BIC), un bidón con combustible líquido y numerosos neumáticos con el posible propósito de levantar una barricada en el sector de la Avenida General Velásquez. Como consecuencia de lo anterior, dos de ellos fueron alcanzados al intentar darse a la fuga, se resistieron por lo que debieron ser reducidos y finalmente quedaron detenidos.

Una vez ahí las tres patrullas y ante el relato de Fernández, le digo escuetamente, “mi teniente lo que usted debiera hacer en el acto, es bajo su responsabilidad y cuidado, trasladar y entregar a ambos detenidos a Carabineros de Chile”. Le agregué, “yo mismo transportaría en modo seguro al recinto policial las bombas incendiarias, el bidón con combustible y los neumáticos que portaban ambos jóvenes. Le añadí que “lo anterior debido a que tales elementos constituían plena prueba para constatar el delito y el motivo de la detención y además como medida de seguridad ante la alta peligrosidad y riesgo de inflamación que revestían éstos durante su transporte, poniéndose en riesgo la integridad del personal tanto militar y civil, como la seguridad de los vehículos fiscales”.

Ante la asesoría y opinión entregadas, Fernández me detalla y agrega que el hombre detenido, presentaba una lesión en el labio superior de la boca como resultado de la reducción física que tuvo por parte del sargento de su patrulla, ante lo cual Carabineros de Chile no recibiría al detenido por presentar lesiones, aunque éstas fueran leves.

Ante tal condición, en mi condición de ser menos antiguo y por ello un menor rango que el teniente Fernández, aunque asesor de la unidad, le sugerí otra alternativa, otorgar la libertad inmediata de ambos detenidos, previo registro de los antecedentes personales de cada uno e incautar los elementos inflamables que portaban ambas personas. Tales elementos incendiarios serían separados, aislados y asegurados por parte de mi personal y finalmente trasladados a un sitio seguro. Ante ello el teniente Fernández me dice “tienes razón, los dejaré en libertad y con ello no perdemos tiempo y continuamos en nuestras misiones”. Acto seguido, nos despedimos, me dirigí caminando de vuelta hacia mi camioneta y Fernández hace lo propio, hacia donde estaba todos los efectivos militares a su cargo.

En el preciso momento en que oigo que el teniente Fernández dispone verbalmente al personal militar a su cargo subirse de inmediato en sus respectivos vehículos, alzando la voz y ordenando “Embarcar! ¡Todos a Embarcar!”. El personal a su cargo rápidamente se dispuso a abordar sus vehículos para   continuar con los patrullajes. En ese preciso momento, yo ya estabaubicado junto a la puerta de mi camioneta, de espalda a los detenidos y a las patrullas militares, en condiciones de buscar algún elemento que facilitara recoger y asegurar los elementos incendiarios e inflamables incautados por la patrulla de Fernández y hacer abandono del lugar para retomar mis actividades.

En ese momento, siento un sonido siseante como de una inflamación a mi espalda, que provino desde el lugar en que se encontraban los efectivos y vehículos militares a cargo de Fernández y los detenidos (20 metros desde donde yo estaba). Me doy vuelta y observé que dos siluetas estaban en llamas y corriendo por la calle hacia la Avenida General Velásquez.  

Desde ese instante, advertí que todo se transformó en confusión, gritos y órdenes – que los apagaran que trajeran parkas, frazadas…, clases y soldados que se bajaban corriendo del camión (los que estaban casi en su mayoría arriba de él esperando irse del lugar).

Todo fue y pasó muy rápido, menos de un minuto, pudiendo observar desde donde yo estaba que los detenidos se inflamaron y que el personal militar logró inmediatamente apagarlos. Había más de veinte hombres en total considerando las dos patrullas a cargo de Fernández.

Desde el lugar en que me encontraba junto a los cabos Zúñiga y Astorga, advertí que todo el personal que se encontraba en el lugar, oficiales, clases y soldados, al advertir el fuego en los cuerpos de los detenidos, espontáneamente reaccionan, ordenan y corren a cubrirlos presurosamente, primero con sus propias parkas y luego con frazadas (portadas por los soldados del camión Hino para abrigarse ante las bajas temperaturas), para ser sofocados y apagados.

Una vez que lograron apagarlos, observé más de cerca, que los detenidos se habían puesto de pie y al haber sido cubiertos con las frazadas, permitieron sofocar la inflamación. No logré ver sus caras en detalle, sin embargo, aprecié que el incidente que había presenciado por sí solo y sin duda, exigía llevarlos cuanto antes a una posta de urgencia. Me acerqué al camión azul que estaba ahí, advirtiendo que Fernández ordenó a su patrulla que subieran a los detenidos a ese vehículo. En ese momento me acerqué a él y le dije, “mi teniente hay que llevarlos en el acto a un centro asistencial”, me respondió sin vacilar: “Sí!, ¡Salgamos de Acá!, continuemos nuestras tareas y llevémoslos a un posta rápido”.

TERCER MOMENTO

Ya sabía de la retardanza que tuvimos para concurrir al lugar que estábamos, es decir la avenida General Velásquez estaba cortada en varios cruces de calles con barricadas y muchos “miguelitos”. En ese momento apremiaba la atención de los detenidos. Pensé y discerní muy rápido que transitar en columna con las dos camionetas y el camión militar e intentar tomar la Alameda en dirección a la posta Nº3, ubicada en la calle Chacabuco de la misma comuna de Estación Central, lugar de atención más cerca desde el lugar que estábamos, sería muy riesgoso por la cantidad de manifestantes que había por General Velásquez y la propia Alameda y además nos demandaría un exceso de tiempo.

Ante ello le propuse a mi teniente Fernández que en mi camioneta podía hacer cabeza de caravana para ir abriendo camino entre calles y pasajes, las que, pese a ser todas ellas desconocidas para mí, al menos resultaban ser más expeditas y seguras y dirigirnos al policlínico Irene Frei de Quilicura. En síntesis, la proposición buscaba dirigirnos a ese lugar, si bien más lejano en distancia, más expedito en el desplazamiento, seguro ante eventuales riesgos para el personal a bordo y más rápido para asegurar la llegada al citado policlínico. 

El Tte. Fernández luego de pensar en silencio un breve instante, resolvió diciéndome: “Así se hará, vamos en marcha”. Ante ello, junto con informar a los cabos Zúñiga y Astorga lo que haríamos para dar pronto apoyo médico a los detenidos, ya en marcha, tomé calles y pasajes interiores para dirigirnos en caravana al policlínico ya nombrado. Logramos sortear con éxito y en forma expedita la salida desde la calle Hernán Yungue, ya que no nos encontramos ni con manifestantes ni barricadas. Adicionalmente, también tuvimos suerte, ya que no pisamos ni un solo “miguelito”, gracias a la atenta atención y observación que mis Cabos Astorga y Zúñiga mantenían hacia la calzada, consiguiendo salir a Alameda en su salida al poniente por calle Las Rejas y desde ahí, continuar velozmente en dirección a Américo Vespucio para alcanzar el policlínico Irene Frei, destino final del desplazamiento.

Mientras conducía con mucha atención dado que comenzó a notarse una densa neblina al llegar a Américo Vespucio, pensé en silencio que fue muy certero y apropiado haber elegido la ruta por la que discurríamos, ya que para el propósito del traslado, es decir la atención médica para los detenidos, se ganó mucho en tiempo de desplazamiento y en seguridad a nuestro favor.

Al llegar a la intersección con Américo Vespucio, mi teniente Fernández haciendo uso de su radio me ordena que me detuviera. Así lo hice, sin antes observar con atención e identificar un lugar seguro para ello. En definitiva, me estacioné en la intersección de Américo Vespucio con San Pablo, donde existía un ensanchamiento de la berma. En ese lugar advertí que Fernández le ordenó al teniente Figueroa, a cargo del camión que transportaba los detenidos, que éstos fueran transbordados desde el camión a su camioneta, toda vez que en ese lugar estaba el límite jurisdiccional de su patrulla y en consecuencia, sería él quién continuaría hacia el policlínico con los detenidos a su cargo y responsabilidad.

Luego de esta breve detención, continué mi cometido conduciendo acompañado de los cabos Zúñiga y Astorga hacia la posta de primeros auxilios aludida, estimando en ese momento llegar a ese lugar en no menos de cinco minutos por el escaso tránsito que existía y a la velocidad que le podía imprimir a mi camioneta.

A escasos minutos de llegar a la posta Irene Frei de Quilicura, recibí un llamado radial de parte de un oficial a cargo de una patrulla ubicada en calle Mapocho y Calle Huelén, comuna de Cerro Navia, quién necesitaba con prioridad y urgencia de mi asesoría de apoyo.

Ante tal requerimiento pensé, estaba muy claro que y como hacer yo ante la situación nueva y sorpresiva que enfrentaba.

Por un lado, mi teniente Fernández estaba muy próximo y seguro de cumplir su tarea y llegar con sus detenidos al Policlínico Irene Frei para que éstos recibieran los primeros auxilios y cuidados que necesitaban y en consecuencia, la tarea por la cual fui requerido por él estaba hecha y más que cumplida.

Por otra parte, en mi calidad de asesor de seguridad del regimiento y el deber asistir a las patrullas que pudieran tener alguna dificultad o apremio durante sus tareas, como bien se entendía ante el llamado radial recién recibido, resolví en virtud de las misiones asignadas por el mando del regimiento y en consecuencia al rol que cumplía, responder y atender en el acto tal requerimiento.

En virtud de ello, detuve mi camioneta en la berma, hice un viraje en U, me bajé del vehículo y le informé a mi teniente Fernández que por un llamado radial recibido, debía concurrir en apoyo de otra patrulla ubicada en calle Huelen con Mapocho y que ante ello, me retiraba del lugar en dirección hacia la comuna de Cerro Navia, regresando por Américo Vespucio en dirección contraria para luego tomar la calle San Pablo en dirección oriente.

Mientras circulaba en dirección a la comuna de Cerro Navia, observé a los cabos Zúñiga y Astorga silenciosos, pensativos y mirando fijamente al frente. Pese haber pasado muy poco tiempo desde nuestro traslado desde la Calle Hernán Yunque hasta el momento que nos devolvimos, estimo veinte a veinticinco minutos, me sentía apesadumbrado y sorprendido respecto a que pasó realmente con ambos detenidos, no comprendía ni encontraba explicación de cómo pasó lo que aconteció, los Cabos Zúñiga y Astorga al parecer estaban en el mismo ejercicio mental.

Rompí el silencio y les pregunté a cada uno que pensaban y que sentían. Zúñiga el más extrovertido, me dice “tranquilo mi teniente, nadie de nosotros metió la pata, solo hicimos la pega, capaz que los pelados se pasaron de madre”. Luego me agrega, “escuché en medio del desconcierto, comentarios entre los soldados respecto a que más de alguien observó a la mujer dar un puntapié a una de las botellas incendiarias y provocar una inflamación, pero nada preciso”.

Por su parte el Cabo Astorga me dice “no vi ni entendí nada de lo que pasó mi teniente, estaba sentado dentro de la camioneta en el puesto del conductor hasta que sentí que todos gritaban en desorden y me dije “media cagadita”. Acto seguido me pregunta “y ahora que hacemos”. Los miré a ambos y les dije, “estén tranquilos, debemos seguir con nuestras tareas, más aún que nos quedan dos días enteros en nuestras tareas y ya habrá un momento de saber y reflexionar que diablos pasó. Por mi parte les dije, “cuanto antes debo informar a los mandos del regimiento del incidente ocurrido y sus posibles consecuencias”.

Una vez que llegamos al Regimiento Libertadores alrededor de las 11 horas de la mañana, les dije, “estén tranquilos, no hagan comentarios y menos contaran cahuines respecto a lo que había ocurrido, ni siquiera nosotros sabemos la causa basal y origen del incidente, que sucedió, porqué o cómo de verdad acontecieron los hechos”.

Acto seguido, lo primero que hice fue concurrir hasta la oficina del segundo comandante del regimiento, le informé y di cuenta pormenorizada de los hechos ocurridos. Inmediatamente, ambos nos apersonamos con el comandante del regimiento, oportunidad que repetí y ratifiqué verbalmente lo acontecido. Un par de horas más tarde, acudió el teniente Fernández al regimiento y dio cuenta personal del incidente a los mandos correspondientes, hechos que constan tanto en el proceso judicial iniciado el año 1986, como el reabierto el año 2013.

Después de 30 años, el 21 de Julio del año 2015 cerca de las 17:00 horas fui notificado de una detención en mi contra.  Concurrí voluntariamente a la policía de investigaciones y quedé detenido, me informaron que la detención era por el “Caso Quemados” del año 1986. Apesadumbrado, antes de salir de mi oficina, llamé telefónicamente a mi esposa para avisarle lo que sucedía. Cerca de las 18.00 horas, llegó ella a la Policía de Investigaciones. Estando en el lugar de visitas, sin entender ni saber de qué se trataba dicha detención, a través de un avance de noticias de un televisor encendido en ese lugar, ambos nos enteramos del brutal crimen que se me acusaba. Desde aquel día a la fecha he vivido una incansable lucha por demostrar mi inocencia en la esperanza que se haga real justicia .

LA JUSTICIA NO IMPLICA SÓLO CONDENAR A UN CULPABLE, SINO TAMBIEN Y EN MAYOR MEDIDA, SER CAPAZ DE ABSOLVER A UN INOCENTE.

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